Entrevistada por Luis Pernía.
Ana Mora es compañera de ASPA. La conocí un día que se acercó a la Asociación interesándose por la cooperación internacional. Desde entonces he podido compartir sus esfuerzos por los países empobrecidos, especialmente de América Latina y África. En ese devenir recuerdo sus viajes a la Franja de Gaza o el periplo por el Sáhara Occidental ocupado por Marruecos y sus vicisitudes.
Pero ella tiene vocación de educadora y trabajó hasta su jubilación en la escuela, sobre todo en la educación de adultos. Recuerdo sus esfuerzos en el barrio de La Palma Palmilla de Málaga, dedicada a las personas adultas, muchas de ellas migrantes.
Nunca desmereció su labor educativa en los cursos de género que daba. En ellos se hablaba de las mujeres sudanesas, palestinas o saharauis, y ella introducía también la historia de su abuela Gertrudis que vivió la Desbandá y la Ruta de las recoveras.
Últimamente es el alma de dicha Ruta de las recoveras, un esfuerzo por recordar a aquellas mujeres heroicas excluidas del sistema en la postguerra por ser mujeres de maridos fusilados o hermanas de republicanos en prisión. A finales de octubre se celebró la V Ruta con más de 140 participantes, que hicieron a pie los 50 kilómetros que distan de Casares a la verja de Gibraltar.
Ana, se habla mucho de la memoria histórica. ¿Por qué su importancia?
Quienes hemos tenido familiares fusilados, represaliados, en el exilio, siempre hemos sentido que en la Transición dejó de lado tantas vidas silenciadas del lado de los perdedores. Durante muchos años las asociaciones memorialistas han luchado para que llegase el día en que se aprobara la Ley de Memoria Democrática y hacer justicia a esas vidas olvidadas. Para mi madre, hija de un carabinero republicano asesinado, supone un paso importante que la Asociación pueda identificar los restos enterrados en la fosa del cementerio de San Rafael, donde fusilaron a su padre.
¿Quiénes fueron las mujeres recoveras de Casares?
Fueron mujeres pobres, viudas de maridos asesinados, esposas de represaliados, presos o huidos. Mujeres de familias que lo habían perdido todo. En la posguerra, el oficio de recovera fue uno de los pocos oficios a los que podían acceder, que consistía en comprar huevos o chacina y venderlo para obtener una mísera ganancia con la que sacar adelante a su familia.
En el caso de Casares, como en otros municipios de Málaga y Cádiz, muchas de estas mujeres iban hasta La Línea, una o dos veces por semana, para llevar huevos, chacina, aceite o gallinas y traer productos de estraperlo de Gibraltar, como café, tabaco, mantequilla, pan de lata blanco, medias de cristal o penicilina, para vender en el pueblo.
Dice Beatriz Días: “Sólo desvelando lo vivido se desmonta la impunidad”. ¿Qué opinas de estas mujeres invisibilizadas?
La opinión que tengo, sin duda, está condicionada por ser nieta de recovera/matutera y por haber tenido la suerte de convivir con ella y escuchar muchas veces sus testimonios que hablaban de ella y de sus compañeras de camino.
No puedo sino expresar la admiración por el valor, la entereza, la fuerza y la dignidad de su lucha callada, alimentada por la certeza de sus convicciones, que no eran otras que anteponer el cuidado de sus criaturas y salvaguardar la verdad de las creencias de sus compañeros asesinados, desaparecidos o huidos.
Ellas mismas se hicieron invisibles intentando pasar como fantasmas por aquellas calles y caminos. El miedo estaba tan arraigado en los sectores de la sociedad que habían sufrido la represión franquista, que cuando vivimos las primeras etapas de la democracia, aún mi abuela me decía: “No te destaques”.
Siempre te han interesado los perdedores, los invisibles, las heroínas anónimas
De heroínas y héroes anónimos tengo la inmensa fortuna de tener a algunos muy cerca. En mi trabajo de maestra he tenido la suerte de conocer a quienes para mí son héroes anónimos: Assane -senegalés- que con 14 años salió de su familia para “quitarle” una boca que alimentar a su madre, a Rachid -del Rif, región terriblemente castigada por la monarquía marroquí- un muchacho extraordinario, obligado a huir si no quería terminar en la cárcel por luchar por sus derechos.
He conocido a mujeres heroínas anónimas que luchan contra estados ocupantes de sus tierras: saharauis y palestinas, mujeres ecuatorianas -del pueblo de Sarayacu- que llevan años luchando contra las petroleras que pinchan la tierra para extraer un petróleo que arruinaría su territorio, sus formas ancestrales de vida y la selva de todos.
Conozco a chicas muy jóvenes recién llegadas de Colombia que dedican 24 horas al día a cuidar personas mayores por menos de 800€ al mes sin contrato. Cuidan a otras mujeres, a tiempo total, que a veces las tratan como esclavas, con aquello de que “al menos tienen algo”. Son las nuevas heroínas anónimas.
Sabemos que te influyó la historia de tu abuela Gertrudis. ¿Quién es esta mujer? Cuenta algo de su historia.
Gertrudis era una mujer de bellos ojos grandes, cuya historia me recuerda a ratos a algunas de las Mujeres de ojos grandes, de Ángeles Mastretta, también una mujer de pies grandes, como dice Mª José Carmona en su artículo Mujeres de pies grandes, “como si el mismo Dios se los hubiera diseñado para todo lo que lequedaba por andar”. Persona de fina ironía, fuerte y de principios. De pequeña, siempre de luto por sus hermanos y su padre.
Desde que despertó a la adolescencia, estuvo enamorada de Manuel Romero Gil, hombre leído y viajado. De soldado, estuvo en la guerra de Marruecos y fue condecorado en dos ocasiones. En el pueblo decían: ¡Cómo, que el carabinero va a venir a casarse con una mujer pobre y analfabeta! Manuel vino y se casó, y le regaló telas de colores y una máquina de coser.
A los 33 años de casada fusilaron al amor de su vida, Manuel, carabinero de la República y de ideas republicanas. Ella, su marido, su suegra y sus tres hijos estaban entre los 150.000 malagueños que sufrieron la Desbandá. Regresaron desde Nerja y, mientras la familia quedó refugiada en la catedral de Málaga, Manuel se presentó al cuartel de Capuchinos. Aquellas hordas le harían preso al cuarto día de presentarse y le fusilarían el 3 de marzo de 1937, sin saber de qué lo acusaban. Un testigo, guardia civil de su pueblo que lo reconoció, dijo muchos años después a su suegra: “Tu yerno fue muy valiente en la hora de su muerte; con el puño levantado frente al pelotón, gritó: ¡Viva la República!” Sus restos continúan en la fosa común del cementerio de San Rafael.
Gertrudis regresó a su pueblo y no sólo había perdido a su marido, sino también su casa, su preciada máquina de coser -requisada por la Falange- y el derecho a una pensión por ser viuda de militar. La condición que le ponían para cobrarla era que firmase que su marido había muerto de muerte natural. Ella les respondía: “¡Si me lo habéis matado, cómo voy a firmar eso; tendréisque cortarme el dedo!”Así renunció a la paga y a lo que más le dolía, la posibilidad de que su hijo pudiese estudiar en una academia militar. Nunca traicionaría al amor de su vida.
En su pueblo se dedicó, junto a sus vecinas y compañeras, al único oficio que le dejaron: recova. Ellas, una o dos veces en semana, salían de madrugada y caminaban 50 kms hasta la Línea, cargadas con productos del pueblo. Con la venta compraban pequeño estraperlo de Gibraltar, que cargaban escondido entre sus faldas evitando el encuentro con la guardia civil.
Canta Silvia Pérez Cruz: “Era España, más España y el hambre más hambruna, … acercarse a las alforjas que traigo cositas buenas, que hay penitas que sin pan, saben mucho más a penas”. ¿Era esa la situación de los tiempos de Gertrudis?
Así era en casa de Gertrudis y en la mayoría de las casas del pueblo.
En el caso de las recoveras, en general, el hambre era la protagonista de los días. El afán de cada día era cómo sortearla. Agudizando el ingenio. Son muchas las anécdotas que mi querida madre recuerda. Cuando Gertrudis iba a Gibraltar, mi madre y su hermana, a veces, se iban a casa de una tía o al monte con la abuela. Allí había algo de leche, porque tenían cabras, algún potaje, huevos… Mi madre era la más pequeña. Cuando podía, cogía uno o dos huevos, los escondía en el tronco de un olivo que había en la vereda, los cubría con las hojas del olivo y cuando su madre pasaba por allí, los cogía. Gertrudis, que ayudaba en las faenas de la matanza de familiares, aprovechaba algún despiste para guardarse una longaniza o un par de chorizos, y cuenta que los secaba dentro de una mesilla de noche en su casa envueltos en papeles. Cuando Gertrudis ya pudo vivir en la casa de su madre, que compartía con un hermano, estaba atenta al momento en que el hermano echaba de comer habas al animal y se iba entonces ella, cogía un puñadito, y así hasta completar un kilo que vendía para poder comprar algo de aceite o azúcar.
Contar esta historia, ¿es un privilegio o un bien social?
Creo que relatar las historias de vida de familiares que han estado silenciadas es un bien social. Reconocer que durante todo este tiempo miles de historias de vidas fueron ocultadas o tergiversadas por el bando vencedor, es sanador para la sociedad española.
Es un ejercicio de justicia porque mientras que los familiares del bando vencedor pudieron enterrar a sus muertos y rendirles homenajes con el apoyo de las instituciones del Estado y de la Iglesia, miles de familias de fusilados, desaparecidos o exiliados aún tienen a sus seres queridos en fosas comunes. Es, además, un ejercicio de humanidad que todas las personas muertas del bando republicano reciban una sepultura digna y sean rehabilitadas.
Hay una anécdota que recuerda mi madre: Una señora del pueblo le contó a su abuela, que la mujer de un guardia civil -que antes fue carabinero, compañero y vecino en el cuartel de su padre- tenía una tienda y cuando aquella vecina le comentó: ¡qué pena la de Gertrudis, cómo han matado a su marido y dejado a esos niños huérfanos!, la tendera, esposa del guardia, le contestó: ¡No hija, que era un rojo! Es decir, estaban plenamente convencidos que sólo ellos tenían derecho a vivir (era una mujer de misa diaria). Hoy una de sus nietas está casada con un primo de mi madre. Estoy convencida de que esa nieta no sabe nada de estas historias; en nuestra casa nunca se habló con ira ni con deseos de venganza.
Decía Marcos Ana en aquel libro que me prestaste: “Decidme cómo es un árbol que no cabe la venganza”. ¿Qué opinas?
Si ya lo decía una persona tan íntegra como Marcos Ana, cuya vida fue secuestrada y mutilada durante la mayor parte del tiempo, si él tuvo la grandeza de comprender que para vivir en paz y armonía no necesitaba utilizar la violencia sobre quienes la ejercieron, ¿qué podemos hacer nosotros, sino ser capaces de aprender esa gran lección? Ese es su legado. ¡Ojalá se difunda su historia en colegios, institutos y en el mayor número de colectivos posibles! Su honestidad y lucha pacífica debieran ser un referente para estos tiempos difíciles.
¿Qué es la Ruta de las recoveras de Casares?
Un sueño hecho realidad. Cuando estuvo listo el comic Gertrudis la recovera y se lo presentamos a Rocío Ruíz, concejala del Ayuntamiento de Casares, le comentamos la posibilidad de crear la Ruta de las recoveras. Su entusiasmo fue sólo comparable al que expresó Manuel Galán Altolaguirre, buen amigo e incansable caminante, cuando le pedimos que nos ayudase a dibujar la ruta que seguían estas mujeres desde Casares hasta La Línea. Manuel recabó información de familiares de las recoveras y localizó mapas de los distintos municipios y pedanías que ellas atravesaban.
Fue una tarea ardua, y por fin, en el mes de mayo de 2017, junto a un grupo de senderistas de Senderos del Mundo ensayó las rutas que había trazado sobre los mapas. El 29 de octubre de 2022 se ha realizado la V Ruta. En las cuatro primeras la participación estuvo entre 45 y 60 personas. En esta última edición ha sido de 140 personas, de las que más de 100 hicieron la ruta completa, 50 km., siempre contando con el apoyo del Ayuntamiento de Casares, que dispuso un autobús para llevar y recoger a quienes hacen tramos parciales.
Paralelamente a cada edición, se han organizado actividades de difusión de lo que llamamos Legado de las Recoveras: presentación del comic Gertrudis la recovera en diversos colegios y eventos, conferencias, talleres en los colegios, vídeos y estudios geológicos y medioambientales de la ruta.
En muchos de los círculos que hemos participado decías: “Somos, porque ellas fueron”.
Decimos esa bonita sentencia porque queremos formar parte de esa herencia. De un lado, recuperarla para estos tiempos en el que es muy necesaria; por otro lado, el sentimiento de gratitud hacia estas mujeres cuyo legado no sólo es importante para sus familias, sino para completar la historia colectiva de Casares y de Andalucía. Es un legado de valentía, fuerza, dignidad, coraje y, sobre todo, carente de odio y deseos de revancha
Entrevista original en Revista Utopía