El día 9 de octubre tuve ocasión de ver la película” En los márgenes”, que retrata el angustioso mundo de los desahucios. Una cinta que conmueve y desarma merced a un ritmo e interpretaciones rotundas. Es una película de Juan Diego Botto, que en ciertos momentos se acerca a un documental de los desahucios, y así llama poderosamente la atención la escena de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) donde un grupo de personas toma parte porque los bancos han reclamado sus viviendas, y donde uno no sabe si es realidad o ficción, porque evoca la durísima realidad de los desahucios.
La película no es una única historia. Son tres, que se desarrollan en poco más de 24 horas. No son, precisamente, fáciles de contar, pero Botto, las ha entrelazado de forma coherente, con un ritmo encomiable, que se adapta sin grandes fricciones a cada arco argumental. La película arranca con una primera secuencia de las que sobrecoge. Una madre inmigrante debe dejar a su hija sola en casa para irse a trabajar. Mientras la pequeña se prepara el desayuno, una pareja de policías llama a la puerta insistentemente. Cuando la pequeña abre, los agentes piensan que ha sido abandonada y la llevan a rastras a asuntos sociales. La actuación de la niña es de las que conmueven. Rafa, un abogado implicado en todo tipo de causas sociales, al que da vida un rotundo Luis Tosar, ve la situación aunque no llega a tiempo de pararla. A partir de ahí no parará de dar vueltas para tratar de dar con la madre.
Es el punto de partida a partir del cual Botto genera drama, una tensión cercana al thriller y angustia en una trama en la que, de forma inteligente, se tocan otros temas como los sacrificios que deben hacer estos héroes anónimos para ayudar a los demás y trata también de desactivar los prejuicios y el cinismo con el que los espectadores nos acercamos a estas realidades a menudo poco conocidas. La clave, en este sentido, está en la figura del hijastro de Rafa, un joven aún en el instituto, sin las cosas muy claras, que poco a poco se irá dando cuenta de ese mundo olvidado que Rafa le va mostrando.
Al mismo nivel se mueve el arco argumental que coloca a Penélope Cruz como Azucena, una madre, empleada de un supermercado, al borde del abismo: en 24 horas van a echar a su familia de su casa. Cruz desarma y arriesga a partes iguales, con una interpretación contenida, que explota solo cuando tiene que hacerlo. Por el camino, el realizador se detiene en mostrar todas las redes de solidaridad que se han puesto en marcha allí donde no llega el Estado: desde las colas del hambre, hasta las asambleas de la PAH, con sus movilizaciones frente a los bancos y el apoyo a las familias en estas situaciones angustiosas. La tercera de las historias elabora un discurso en torno a la incomunicación y la soledad de una persona mayor, encarnada por Adelfa Calvo, en pleno proceso de desahucio porque avaló un negoció a su hijo, un trabajador de la construcción, que ni siquiera le coge el teléfono por vergüenza.
Estas historias pueden parecer maniqueas donde unos son buenos buenísimo y los otros malos malísimos, pero el propio director ha dicho que han tenido que rebajar la crueldad y la dureza de las historias porque algunas resultarían increíbles. La verdad es que el número de lanzamientos o desahucios practicados en España en el primer trimestre del año alcanzó 11.072 procedimientos, apenas un 1% más desde el mismo periodo del año anterior, según datos facilitados este lunes por el Consejo General del Poder Judicial.
Una gran película recomendable a todo el mundo, pero especialmente a los que trabajan la solidaridad en el complicado ámbito de los desahucios.
Luis Pernía Ibáñez
Presidente de ASPA